Ahogué tantas veces tu rostro
en una hoja blanca
por evitar las luces en mi vida
y el ruido de tus pasos en mi alma.
Sin embargo, sentía tu presencia
en las noches.
Te acercabas con lentitud de equilibrista hermosa
caminando sobre una delgada soga
con la mirada fija a mis ojos.
Cruzaste el peligroso abismo de la ficción
y decidiste hacerte realidad.
Tomaste un nombre, un cuerpo y mi mano.
Y yo tomé tu dirección, tu número telefónico,
tu mundo.