miércoles, 25 de noviembre de 2009

En los sonidos


















En los sonidos hay también imágenes, lo descubrí cuando
cerré los ojos, en aquel momento decidí no hablar conmigo
ni con nadie, fuera o dentro de mí, con nadie…
Camino a casa, el viento pasaba como pájaro entre la gente, y mi cuerpo
volaba como una hoja seca, como queriendo caer al agua.
Entonces, recordé los sonidos que me acompañaron cuando presioné
tu mano. Y te construí con muchos pedazos, con un pedazo de aire,
del ruido de la calamina cuando hay un viento fuerte, y de una canción a punto de terminar.
Después dejé de oír, y utilicé la imaginación, porque la imaginación es necesaria
para construirte un buen corazón, para tocar
tu alma con mis manos.

Pegué pedazos de tu rostro en la pared de mi mente. Una mirada
de otro tiempo, y el cabello de dos veranos, de veranos que
siempre quedaron en la esquina de la mesa, allí, donde derramabas un poco de helado
y sonreías tiernamente

Parecías una pintura en mi vida, quieta, hermosísima, sola para mí.
Porque yo he preferido tenerte entera, no de un solo modo, porque así
no funciona la imaginación, ya que se va haciendo tarde en la vida de
uno y la imagen que vive en la imaginación se va volviendo blanco y
negro, así como las películas antiguas, o peor, cuando una lágrima se
confunde de dirección y cae por dentro y arruina la imagen que
guardamos con amor, un abril, aunque el mes haya sido noviembre o diciembre.

Ahora. Últimamente, exactamente a las once de la noche tu nombre
me golpea por dentro, quiere salir de mí, pero yo tengo miedo
miedo de que se caiga de mi ventana y se lastime sus piernas.
Miedo de que se vista de otro nombre y ya no pueda escribir estas
cosas. Esto que yo llamo poesía, y al final son palabras que caminan solas,
y que se juntan como hormigas. Y me aconsejan que te escriba mientras
la noche muestra su mejor sonrisa en el cuarto menguante que no es otra cosa
que la mitad de mi corazón colgado en el cielo.